Una imagen, una palabra y una forma.
Expresiones diversas que se gestan en la imaginación y en los sentimientos.
Visualizar, crear, escuchar, decir.

jueves, 2 de junio de 2011

En treinta años aprendí...

En treinta años aprendí que era verdad aquello de “llegar a grande”, aunque todavía no se para qué todos te preguntan: ¿Qué querés ser cuando seas grande? Si el “ser” no te lo regala un título ni mucho menos la actividad a la que te dediques. También pude comprobar lo que una sabia maestra me dijo una vez: “cuando uno llega a ser adulto se olvida de muchas cosas, inclusive de lo hermoso que es ser niño, las responsabilidades no son fáciles de llevar…”

Generalmente nos olvidamos de las sencillas maneras de disfrutar la vida, nos alejamos de las pequeñas situaciones que nos satisfacen las ganas de de ser grandes. ¿Te acordás de esa sensación cuando te regalaban un chocolate de esos pesados con papel dorado? O cuando te quedabas horas y horas acostado en el césped viendo las estrellas, esperando que cayera una…

En treinta años aprendí que ese té de yuyos que hacía mi abuela todos los días, que era bueno para todos los males lo tienen los componentes de la hepatalgina, claro que sin el calor de la taza de metal y la dulzura de la nona al evitarnos los dolores.

Aprendí que eso de “cada cuál cosecha lo que siembra” también es cierto aunque no siempre depende de la calidad de la semilla, el entorno es parte fundamental de las relaciones que entablamos y la adversidad, las pruebas que debemos superar. Pareciera que todo lo que hacemos es circunstancial y se desvanece con el tiempo, sin embargo lo que no vemos es que debajo de la tierra, la semilla está desarrollándose muy lento y luego dará sus frutos.

En treinta años supe que mis padres fueron los pilares que me ayudaron a crecer, con aciertos y errores, ellos me dieron la libertad de optar siempre que no olvidara los valores. Si bien de niña no tenía idea que eran esos “valores” hoy, que ya están casi extintos los reconozco y agradezco enormemente. Tuve otros pilares, esos que a veces uno elige o tiene la suerte que se crucen en la vida. Tuve una madrina que además de tía fue y sigue siendo mi amiga del alma. Si algún día encuentro a alguien con tanta fortaleza tendré que dudar si existo. Tuve una maestra que me enseñó algo más que matemática, lengua y ciencias, me dio un libro de vida con cada segundo de su enseñanza que dedicó a sus niños, esos que todavía no eran adultos.

Tuve amigos que estuvieron por épocas: los de los doce, los del secundario, los de la ciudad, los que se volvieron al pueblo, los que cada tanto encuentro por ahí, los que hace años siguen regando la amistad.

Aprendí que es bueno ceder en esto de la amistad, en la convivencia (con quien sea que vivas) en el trabajo, en la naturaleza…Ceder que no es lo mismo que rendirse. Debo ser paciente tanto para esperar el logro de lo que anhelo como para comprender a quién necesita de mí. Todo va y vuelve…

Aprendí que las tentaciones no son como las ganas de robar un chocolate del quiosco de mi abuelo, ahora el dinero, la ambición, el poder, la envidia nos llevan de la mano sin darnos cuenta y pasamos del deseo a la tentación descontrolada sin vuelta atrás.

Y del amor... cuánto se aprende y cuántas veces volvemos a cometer errores. Si algo tengo claro es que solo con el tiempo se llega a conocer el amor, el enamoramiento que es tan bello y cosquilloso dura solo un tiempo, luego de eso aparecen los defectos y las virtudes verdaderas que si se aceptan y negocian allí entra en juego el amor, sino tal vez solo sea algo pasajero que también es válido para seguir aprendiendo.

Lo que me resta aprender… será en los próximos treinta años cuando entonces pueda transmitir lo aprendido a mis hijos y nietos… y por qué no a algún hijo de la vida que anda por ahí “coleccionando” experiencias.


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